Todo pueblo, nación y etnia, ya sea en la antigüedad o en tiempos no tan
lejanos, ha tenido a sus personajes convertidos en símbolos, en héroes
inmortales, encarnación y copia fiel de ese pueblo y etnonación. En nuestro
país contamos con héroes y grandes personalidades en todas las esferas. Si es
que se tratara de responder a: ¿Quién es el personaje más emblemático de
nuestro pueblo, el que por sus heroísmos en pos de nuestra nacionalidad se
inmoló y sacrificó? Indudablemente, con creces, en primera línea, entre los
ecuatorianos, bolivianos y los territorios que abarcó la civilización
tawantinsuyana, es pues José Gabriel Condorkanki Noguera. Lo impresionante no
sólo es, en Túpac Amaru II, el cómo lo descuartizaron sino el cómo enfrentó a
la misma muerte. ¿Qué increíble e innombrable delito habrá cometido para
merecer tan bárbara y atroz sentencia? Obligado a ver cómo ahorcaban a su hijo
y luego a su esposa, Micaela Bastidas, ultimada a puntapiés en vientre y senos.
Trascendencia y mérito histórico tuvo el hacerle frente al imperio más
poderoso de aquellos tiempos, a España; en ese imperio “donde no se ponía el
sol”. Por lo que su lucha tuvo propósitos absolutamente anticolonialistas,
antiesclavistas y antifeudales; un proyecto político, social y económico de la
mayor y amplia envergadura. Sin embargo, en estos tiempos de globoidiotización
neoliberal, y predominio de la visión de los vencedores, de la historia oficial
y oficiosa, pretenden opacar la imagen inmarcesible que el pueblo kechuaymara-amazónico
tiene de su Dios Serpiente, de su Inka Rey Túpac Amaru II.
Nuestro tayta José María Arguedas le dedicó su mejor poema (himno-canción):
“A Nuestro Padre Creador Túpac Amaru”, donde dice: Túpac Amaru, hecho con la nieve de Salqantay, / ¿en dónde estás desde
que te mataron por nosotros? / De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie
habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus
venas. / Hemos de alzarnos ya, padre, hermano nuestro, mi apu serpiente. // Han
corrompido a nuestros propios hermanos, les han volteado el corazón. / ¡Y sin
embargo hay una gran luz en nuestras vidas! / ¡Estamos brillando!
El “Canto Coral a Túpac Amaru / que es la Libertad” de Alejandro Romualdo
termina profetizando la redención: “Al
tercer día de los sufrimientos, / cuando se crea todo consumado, / gritando
¡LIBERTAD! sobre la tierra, / ha de volver. / ¡Y no podrán matarlo!”.
Y como decíamos, lo impresionante, digno de la mayor admiración, no es
precisamente el que le hayan cortado la lengua, atado sus brazos y piernas a
cuatro bestias españolas para descuartizarlo y luego no pudiéndolo, que lo
hayan decapitado al pie de la horca; que hayan enviado su cabeza a Tinta, uno
de sus brazos a Tungasuca y el otro a Carabaya, mandado una de sus piernas a
Santa Rosa de Melgar y la otra a Livitaca; lo que pervivirá eternamente, por
los siglos de los siglos, es el cómo encarnó y ‘representó’ (y de qué
extraordinaria manera) al indio tawantinsuyano; el que haya mostrado al mundo
entero que la estirpe engendrada por Manco Cápac y parida por Mama Oqllo, que
los cobrizos kechuaymaras-amazónicos, somos invulnerables, y que en su nombre
no pereceremos jamás.
Engrilletado y conducido a una celda donde se ensañaron y le torturaron en
formas inimaginables. Pretendían que delate a sus partidarios y el visitador
Areche sólo recibió como única y contundente respuesta: “Aquí no hay más cómplices que tú y yo; tú por oprimir a mi pueblo y yo
por querer liberarlo, merecemos la muerte”. No delató a nadie. Él asumía
toda la responsabilidad. Escribió desde su cautiverio con su sangre: “A mí me quebraron el brazo”. Semanas de
ayuno, torturas, maltratos y vejaciones no lograron doblegarle ni menos
rendirle. El día de la ejecución de la bárbara y salvaje sentencia de los
españoles, Túpac Amaru, con la frente en alto, cual hombre de acero, no
mostraba un espíritu derrotado, ni debilidad ante la adversidad. No suplicó
jamás, ni pidió clemencia cuando ahorcaron a su hijo y mataron a puntapiés a su
esposa Micaela Bastidas. ¡¿De dónde procedían sus fuerzas para afrontar semejante
crueldad?, ¿qué pues ¡por Pachakámaq! le convirtió en un hombre inquebrantable
ante tamaña atrocidad?!
¡Túpac Amaru pienso en ti / pienso en tu muerte / y
mi pensamiento se convierte en un fusil!